Si Europa tiene un corazón, este late en la Catedral de Notre Dame de París

 

Galliano Maria Speri

El 15 de abril de 2019 se desató un incendio muy fuerte que causó graves daños a la catedral parisiense y produjo reacciones inesperadas en todo el mundo. De pronto se percibió que el fuego no había alcanzado un monumento de piedra, madera y vitrales, sino un símbolo de la civilización europea, unión de cristianos y legos en un camino milenario común. El historiador Franco Cardini en un libro recién dado a conocer, Notre Dame: il cuore di luce dell Europa, reconstruye los acontecimientos que llevaron al nacimiento de Notre Dame y que la transformaron, a lo largo de los siglos, en el centro palpitante de París, de Francia y de toda Europa.

 

A más de un año del incendio, los recuerdos y las emociones desaparecieron y nuestra atención está comprensiblemente dirigida a los trágicos sucesos de la pandemia del Covid-19, de tal forma que algunos podrán preguntarse cuál es hoy el sentido de un estudio profundo de un monumento cuya piedra fundamental fue puesta en 1163, una época que parece infinitamente distante.

 

Pero, tal como la Unión Europea (UE) parece estar comenzando a pensar y a actuar de manera unificada, por primera vez desde su creación, es esencial que, además de medidas para superar la crisis económica, se interrogue sobre el tipo de continente que queremos formar y sobre qué valores pretendemos construir nuestro futuro. Porque Notre Dame es París y la Ville Lumière (ciudad luz) no pertenece tan sólo a Francia, lengua y cultura son parte esencial de nuestra historia común. El desafío de los lectores es releer París a través de Notre Dame, Europa a través de París y el mundo a través de Europa.

 

Cardini es un medievalista curioso y prolífico, no necesita presentación y combina su quehacer profesional con una capacidad narrativa simple y envolvente. Pero este libro tiene un tono diferente, porque fue escrito por un testigo ocular, ya que París es su segunda casa. El autor, aquella tarde, estaba en la capital francesa, vio la iglesia incendiarse y, de repente, sintió toda su vida pasando nuevamente, al lado de memorias, sueños, estudios y risas. Ante ese terrible espectáculo, “me cubrí el rostro con la cavidad de mis manos y lloré, lloré por un tiempo que parecía muy largo, como un niño y como si jamás me hubiera pasado”.

 

El incendio que devastó Notre Dame el 15 de abril de 2019 mantuvo al mundo con el corazón en la mano desencadenando gran generosidad para financiar la reconstrucción.

 

Regresemos a octubre de 2004 cuando se elaboró la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, precedida de una exhaustiva y feroz discusión, en la que prevaleció una actitud “secular” cerrada, que impidió incluir en el preámbulo del documento la frase “raíces cristianas de Europa”.

 

No obstante, Cardini nos recuerda que, “al contrario de los santuarios e iglesias de una abadía, cuya importancia es exclusivamente ‘confesional’, la catedral –como iglesia episcopal, y los obispos de Europa, por lo menos entre los siglos IV y XIII, fueron los protagonistas de la vida urbana, también desde el punto de vista civil- desempeñó durante siglos la función (hasta ‘secular’, como a muchos les gustaría oír) del corazón palpitante de los centros urbanos”.

 

La imposición del chic radical

Que la catedral, por lo menos en lo que toca a Europa, era el centro de la vida civil y social de las comunidades urbanas fue demostrado por la auténtica carrera para ayudar a la reconstrucción de Notre Dame, excediendo las expectativas más optimistas. Lo que realmente sorprendió, fue la ola inmediata y espontánea de amor y la manifestación del “patriotismo europeo”, gracias al cual “no sólo la ciudad de París, no sólo Francia, sino toda Europa –el continente de la diversidad de capitales que muchas veces lucharon una contra otra- se reconoció en el símbolo de Notre Dame”.

 

A las 22 horas de aquel fatídico día, todas las iglesias francesas tocaron sus campanas, mientras llegaban mensajes de solidaridad del arzobispo de París, del gran rabino de Francia, del rector de la mezquita de al-Azhar del El Cairo, el más importante centro mundial del islamismo sunita.

 

El 16 de abril de 2019, el consejo francés del culto musulmán y el rector de la mezquita de Lyon reunieron a los musulmanes de Francia para mostrar su solidaridad y participar en el esfuerzo financiero para la restauración del monumento.

 

Los principales empresarios franceses, de inmediato, donaron decenas de millones de euros. La compañía de seguros Groupama ofreció 1300 robles centenarios para la reconstrucción de la estructura de madera del tejado, mientras que Arcelor Mittal prometió acero para la reconstrucción y puso a disposición sus capacidades en los campos de construcción y arquitectura. La Electricité de France ofreció su experiencia y conocimiento en redes eléctricas de emergencia y de seguridad; Air France propuso brindar transporte gratuito para quienes participaran oficialmente en la reconstrucción de la catedral. El gobierno chileno prometió enviar madera y cobre. Al lado de grandes donadores, miles de ciudadanos comunes contribuyeron al fondo de reconstrucción, que espera llegar a los mil millones de euros.

 

Ese momento inesperado despertó muchas disconformidades “secularistas”, siempre en un tono políticamente correcto, que son el espejo de un malestar o, mejor dicho, de una reacción airada ante tanta pasión para dar vida a un monumento nacido en una “Edad Media fanática y oscurantista”. como dicen. Muchos se esforzaron en explicar que tanta generosidad era simplemente interesada, tanto para ganar notoriedad, como para sacar provecho de las ventajas fiscales ofrecidas por una ley francesa de 2003. Los partidarios del secularismo fanático, hoy muy lejos del sentimiento común, no entendieron que el fuego destructivo tocó las cuerdas más profundas y más sensibles, firmemente plantadas en la misma alma de nuestro continente.

 

El papel de la novela de Victor Hugo

La larga y compleja vida de Notre Dame tuvo altibajos, periodos de declinación y de esplendor y, por increíble que parezca, una contribución significativa para el renacimiento de su mito fue brindada por el gran Víctor Hugo, quien en 1831 publicó la novela histórica Notre Dame de Paris, cuya trama tiene lugar en 1482, e hizo famosos en todo el mundo a personajes como el jorobado Quasimodo, la bella e intrigante gitana Esmeralda y el culto monje Frollo, dominado por su pasión amorosa a la joven. Desde libros, películas famosas (inclusive caricaturas) música, comedias musicales que siempre mantuvieron la atención en la catedral parten de este libro.

 

“El éxito del libro –escribe Cardini- se traduce inmediatamente en una pasión avasalladora por aquella inmensa catedral, considerada por mucho tiempo un resquicio voluminoso de una vieja superstición o como un monumento a una fe como ‘instrumentumregni’ de la tiranía. París redescubrió Notre Dame, que no hablaba como la ciudad desde la coronación de Napoleón y que ahora parecía condenada a arruinar, piedra por piedra, pináculo a pináculo”.

 

Pero, además del aspecto popular, existe el papel de la catedral como centro de la vida civil y social y el papel de la virgen, que usa su manto para ofrecer protección a los cristianos amenazados por fenómenos naturales y por los musulmanes. “Esta forma icónica –explica el autor- es verdaderamente típica y representativa de la época en que nació; en verdad, muchas veces la encontramos adoptada por centros urbanos que, en la onda de progreso que a finales de la Edad Media llevó en algunas regiones de Europa a grandes fenómenos de urbanización, asumen a la virgen como su patrona. Ni que decir del respeto a “Mater Misericordiae”, el caso más relevante es, sin duda, presentado por Siena, donde en el trazado de la espléndida Piazza del Campo es visible el círculo del manto de la Madre de Dios, madre y protectora de la ciudad, dedicada a ella y, por lo tanto, lleva el prestigioso título de Civitas Virginis”.

 

Catedrales dedicadas a María en Europa

París asume un papel central en Europa, porque a partir de la reforma del siglo XI, cuando los obispos de Roma consiguen gradualmente imponer su hegemonía jerárquica a los colegas del cristianismo latino, se convirtió en práctica común dar a todas las catedrales el nombre de la Virgen María, símbolo y garantía de unidad de la Iglesia. Pero, junto con la función religiosa, esos espléndidos edificios de culto de estilo gótico luego se asociaron al nacimiento de las universidades. La ciudad, la catedral, el estudio en la universidad fueron, junto con el mercado, los protagonistas del apogeo de la Europa Medieval y los principales componentes de su condición jurídica de identidad.

 

El educado historiador florentino explora cómo el eslabón entre Europa y Nuestra Señora consiguió sobrevivir a la pérdida de la centralidad del hecho religioso en su historia –es decir, lo que Juan Pablo II llamó “secularización”, pero también “desacralización” del Occidente post cristiano, al analizar el trabajo de Michel Pastoreau, uno de los mejores especialistas europeos en historia de los colores y de los símbolos. Se menciona el famoso pasaje del Apocalipsis de San Juan:

 

Et signum magnum apparuit in caelo; mulieramictasole, et luna sub pedibuseius e supercaputeius corona stellarumduodecim; e in uterohabens, e clamatparturiens et cruciatur, ut pariat… Entonces una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida al Sol, con la Luna bajo los pies y una corona de 12 estrellas en la cabeza. Ella estaba embarazada y gritaba de dolor, pues estaba para dar a luz. (Rev. XII, 1). La mujer vestida al Sol que está por dar a luz un hijo varón “destinado a gobernar todas las naciones” está cercada por 12 estrellas, idénticas en número, color y fondo a la bandera de la Unión Europea. Cardini se pregunta cuál podría ser el valor simbólico de tal número: los apóstoles, los meses, las constelaciones y también, como vimos Europa.

 

Aquí, Michel Pastoreau viene en nuestra ayuda y resume la historia de la bandera europea de la siguiente forma:

“Sus colores no son los de Europa, sino los de la […] Virgen María. Sabemos hoy, que esta bandera, concebida y diseñada por Arsène Heitz (1908-1989), un simple funcionario del Consejo de Europa, pintor y católico fervoroso, se aproxima mucho a la medalla milagrosa de la Virgen María (la famosa y difundida medalla oval que muestra en el anverso a María y en el verso su monograma sobrellevado por la cruz y rodeado de una corona de doce estrellas, nota del editor). Fue adoptada por el Consejo de Europa el 8 de diciembre de 1955 (¡fiesta solemne de la inmaculada concepción!). Luego, por la Comunidad Europea (más tarde Unión Europea), el 1 de enero de 1986. Toda Europa, incluso la Europa protestante, está simbolizada por los colores y las estrellas de la Virgen María”.

 

El azul proviene de los trabajos de decoración de la Abadía de Saint Denis, donde se enterraba tradicionalmente a los monarcas franceses, creada por Sugerio, quien se convirtió en abad en 1122. Sus maestros fabricantes de vidrio crearon, para su abadía, aquel vidrio azul intenso y profundo obtenido a partir del cobalto, el que, más tarde, sería indebidamente conocido como “azul de Chartres”, y que correctamente debería llamarse “azul de Saint Denis”.

 

A partir de la Edad Media, Cardini analiza la larga jornada de la historia francesa y su centralidad en la civilización europea, porque, es importante recordar, París no es sólo la ciudad romántica que hace soñar a los enamorados, sino que jugó también un papel crucial en el progreso de la ciencia,de la cultura y de la técnica, con sus exposiciones Universales, de las que la Torre Eifel permanece como un símbolo imperecedero.

 

“La VilleLumièr, en sus luces y en sus sombras profundas, como en sus fuegos crueles, permanece nuestra luz, nuestro orgullo, nuestra alegría. Nuestro amor. Por ello, el 15 de abril, lloramos en aquel pináculo que cayó en llamas

“Porque Notre Dame es París, París es Europa, Europa es Notre Dame”. (Franco Cardini, Notre Dame: Il cuore di luce dell’Europa, Solferino, p. 272)

 

Foto: AP

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